Muxes ¿quiénes son?
Actualmente la población muxe habita en una situación de vida que nos recuerda mucho a la forma de vida occidental del hombre homosexual, el travesti, el transexual, el transgénero, e incluso yéndonos a los discursos más recientes, a lo “no-binario”. Recuerden, esto es curioso no por el hecho de salirse de la heteronormatividad occidental, sino porque se trata de una comunidad externa al mundo occidental que comparte estas características "diversas" si tuvieramos que utilizar terminos modernos. Pero ¿son estas similitudes superficiales suficientes como para vincularles por completo a las costumbres y dinámicas contemporáneas de las identidades y las preferencias sexuales tal y como las concibe el orden occidental?
De un tiempo para acá mucho se ha especulado sobre la existencia de tradiciones antiguas que supuestamente “desafían los binarios sexo-genéricos”, alrededor de todo el mundo y desde hace siglos. Esto comienza en algún momento a manera de protesta social-política, para señalar que las preferencias sexuales diferentes a la heterosexualidad siempre han estado aquí de una u otra manera. Al menos en un principio esto fue así, pero, de un par de décadas para acá, la industria del entretenimiento y la moda han encontrado muy conveniente mercantilizar estos discursos sociales, que si bien como ya se mencionó antes comenzaron como reivindicación de amplios sectores de la población mundial, ahora el capitalismo ha encontrado la manera de convertirlas en su propia plataforma de enajenación: el mercado de las identidades. Y por si no fuera poco tener a la moda y al entretenimiento montadas en el discurso, ahora se monta la que probablemente sea la que ha probado una y otra vez ser la más peligrosa de todas: la industria farmacéutica.
Entre estas tradiciones antiguas, que la buena intención de los colectivos LGB y algunos sectores del feminismo comenzaban a desempolvar para comprender su relación con la feminidad, los roles ligados al sexo, la mujer, las formas del patriarcado mexicano, entre otros temas relacionados de estudio, suele incluirse a una parte de la población de la ciudad de Juchitán, en el estado de Oaxaca. Dentro de esta población encontramos a la gente autodenominada «muxe», quienes comparten ciertas características que les hacen muy peculiares si les comparamos con la realidad que se vive en otras comunidades originarias, pueblos tradicionales y zonas urbanas de todo México.
Resulta que actualmente la población muxe habita en una situación de vida que nos recuerda mucho a la forma de vida occidental del hombre homosexual, el travesti, el transexual, el transgénero, e incluso yéndonos a los discursos más recientes, a lo “no-binario”. Recuerden, esto es curioso no por el hecho de salirse de la heteronormatividad occidental, sino porque se trata de una comunidad externa al mundo occidental que comparte estas características "diversas" si tuvieramos que utilizar terminos modernos ¿Pero son estas similitudes superficiales suficientes como para vincularles por completo a las costumbres y dinámicas contemporáneas de las identidades y las preferencias sexuales tal y como las concibe el orden occidental? Vamos a revisar un poco su historia, e iremos de la mano no solo de una antropóloga nacionalizada mexicana que dedicó buena parte de su vida al estudio etnológico de toda la zona del Istmo, sino —y quizá hasta más importante— también del invaluable testimonio de muxes que han aceptado contar de provia voz sus experiencias, incluyendo a una persona muxe que se ha consumado como antropóloga y que se ha dedicado a compartir la experiencia de su propia comunidad.
Antes de comenzar, y para quitar esa posible comezón con el tema del uso del lenguaje, me estaré refiriendo a la gente muxe tanto de manera neutral como acabo de hacerlo, así como en masculino o femenino, como me vaya saliendo, y esto no responde a un capricho o prejuicio personal, sino que me remito a las mismas declaraciones de muchos muxes, en donde mencionan que justamente algo que no les preocupa es si se refiere la gente a ellos en femenino o en masculino; algo que también se refleja muy claramente en las crónicas que la antropóloga Marinella Borruso dejó en su libro “Hombre, Mujer y Muxe en el Istmo de Tehuantepec”. Con esto en mente, podemos continuar.
Basándonos en lo dicho por M. Borruso en sus estudios, así como en lo escrito por el antropólogo muxe Amaranta G. Regalado, y de las declaraciones de varias muxes en entrevistas, sabemos que la mayor cantidad de muxes se concentra en la ciudad de Juchitán de Zaragoza, en donde también se dice que, muy probablemente, sea el lugar en donde esta tradición se origina. Del libro de Nellis y Goodner (1983) extraemos que la lengua zapoteca, similar a como ocurre con el inglés, no cuenta con géneros sexuales gramaticales para sus pronombres y sustantivos. En zapoteco se puede hacer la especificación de sexo por medio de adjetivos; existe uno para las hembras animales no humanas y uno para las mujeres. En este sentido, nos encontramos con la palabra «muxe». ¿Tiene esta palabra un origen prehispánico? El hecho es que no, muxe deriva fonéticamente del castellano antiguo para «mujer», el cual se podía ver escrito como “muller”, “mugier”, “muger”, que a su vez derivan del latín «mulier», y se dice que comienza a utilizarse alrededor del siglo XVI.
El arqueólogo Leonardo López Zárate hace mención del trabajo del lingüista estadounidense Thomas Smith Stark quien a su vez hizo una exploración del trabajo de Fray Juan de Córdova, misionero dominico en cuya obra Vocabulario en lengua Çapoteca de 1578 lista hasta 245 palabras relacionadas con actividades sexuales, dentro de las cuales se describen algunas prácticas homosexuales. Parece ser que, en general, la cultura zapoteca era una cultura con ciertas licencias, a diferencia de otras culturas mesoamericanas en donde las prácticas que hoy consideraríamos homosexuales eran fuertemente castigadas. En este sentido, siguiendo las evidencias actuales, no podríamos decir que en esta región pudiéramos encontrar algún tipo de tradición milenaria que realmente retara la heterosexualidad o que viera con buenos ojos o protegiera las prácticas que se desviaran de la heterosexualidad. Esto lo menciono pues existen quienes, sin presentar ningún tipo de pruebas, se atreven a idealizar esta y otras culturas mesoamericanas en el sentido de que celebrarían lo que hoy conocemos como “diversidad sexual”. Basta decir con que, siguiendo la evidencia mostrada por M. Borruso, así como las declaraciones muxes de primera mano, la gente muxe si bien goza de una mínima tolerancia por parte de sus semejantes de la zona del Istmo, aún se mantienen en una muy presente marginalidad, mientras que la homosexualidad femenina, que en zapoteco nombran como «nguiu», es básicamente una práctica prohibida.
Dentro de la cultura zapoteca post-colonial específicos de la región de Juchitán, de nuevo siguiendo los estudios de M. Borruso, el muxe solamente conoce dos realidades: la postura altamente intolerante del catolicismo traído por los conquistadores, y la postura ligeramente tolerante de su propia gente. En pocas palabras, la idea que se ha intentado vender desde cierto sector de periodismo sin ética —más bien enfocado en darle un valor agregado a su propio oficio de escritor, plasmando un punto de vista romántico muy de la tradición del “buen salvaje” que pinta al indígena de la zona como un ser altamente inocente que celebra y protege la diversidad sexual— que se empecina en pintar un paraíso muxe en Juchitán, está muy alejado de la realidad que relatan sus propios locales. Borruso menciona cómo los muxes de entre 30 a 40 años miran con sorpresa la permisividad en términos de travestismo que se vive desde los años 70’s del siglo XX, momento en el que un importante militante del PRI innaugura la festividad tradicional de los muxes, inscrita dentro de las tradiciones católicas de “Las velas”, llamada “La vela de las auténticas intrépidas buscadoras de peligro”. Esta tradición comienza altamente politizada, reuniendo a varios muxes con militancia del PRI, pero que poco a poco fue estableciéndose como una celebración más, alejándose de la política, y convirtiéndose poco a poco en lo que hoy conocen los muxes más jóvenes. Por supuesto, la parte de la pasarela de travestismo, es algo que surge como un sincretismo posterior, cuando varios muxes que viajan a la Ciudad de México y se insertan en la cultura urbana homóloga que les resulta afín —bares nocturnos gay, pasarelas de drag-queens, entre otras prácticas urbanas relacionadas con el orgullo de la diversidad de orientación sexual— para posteriormente regresar a Juchitán, en donde agregan estos espectáculos al repertorio de la celebración de La Vela muxe. De hecho el nombre de “intrépidas buscadoras de peligro” hace referencia a toda una generación muxe marcada por el peligro que implicó «salir del clóset» en un contexto más urbano, en donde los peligros de la trata, la droga y el VIH marcaron un capítulo nuevo para este sector de la población juchiteca.
Si bien las prácticas, por decirlo de algún modo, no-heterosexuales, han sido un tabú durante varios siglos en un contexto del cristianismo occidental, quienes gustamos de navegar la Historia humana desde varias aproximaciones (historia, antropología, psicología, etnología, etc) sabemos que estas prácticas son tan comunes como la misma heterosexualidad, y nos encontramos con el problema del eurocentrismo al momento de analizar dichas prácticas. ¿Era lo mismo la “homosexualidad” en la Grecia Antigua que la de hoy? Preguntas como estas son muy valiosas, pues no es lo mismo partir de una noción que excluye lo homosexual o lo bisexual como prácticas aberrantes en un mar de normalidad heterosexual, a permitirnos concebir la diversidad de prácticas humanas, bajo diferentes luces que van cambiando conforme la historia se desenvuelve. Como dirían los clásicos de la antropología moderna como Franz Boas o Margaret Mead, tenemos que insertarnos (o al menos intentarlo) en el contexto histórico desde el que intentamos describir o explicarnos cualquier fenómeno de tal o cual cultura, es así que la homosexualidad no ha sido la misma a lo largo de la Historia y a lo ancho de todas las culturas que han pisado esta Tierra; y lo mismo va para la heterosexualidad y la bisexualidad. En esta línea de pensamiento, tenemos hoy un contexto que permite a lo que llamamos “orgullo de la diversidad sexual” manifestarse de la manera en la que lo hace hoy día, es decir, como una resistencia a la discriminación.
Es así que en México se gesta un choque entre dos temporalidades muy diferentes, los muxes con sus borrosas raíces precolombinas, y el orgullo LGB (ahora seguido por un alfabeto que cada vez pierde más el sentido, tanto que hoy vemos una resistencia interna que comienza a abogar por la separación entre las preferencias sexuales LGB, los gustos personales de la T del travestismo, las condiciones afectivas de la TT del trangenerismo y transexualidad, las condiciones médicas de la I de intersexuales, y las teorías más postmodernas de la QA+) en su lucha por eliminar la discriminación de la que son víctimas en el sistema altamente moralino de la modernidad, misma que hereda su intolerancia de los dogmas religiosos de siglos pasados. Evidentemente, y recordando el trabajo de Borruso, las similitudes entre la causa y las inquietudes muxe embonan con la del LGB(TTTQIA+) y viceversa, pero no siempre en un mismo sentido, tema que queda constatado no solo en Borruso, sino también en algunos artículos y entrevistas de la arqueóloga muxe Amaranta G. Regalado, quien insiste que puede haber un camino paralelo, pero también sus diferencias sustanciales, y que por la naturaleza de ambos caminos, quizá no conviene que uno engulla al otro, pues parten de realidades y tradiciones distintas.
Aquí es donde la modernidad ha cobrado su factura para la gente muxe. Borruso nos relata la manera en la que la televisión, y demás medios de comunicación han tenido un alto impacto en la comunidad muxe y sus tradiciones. Esta zona juchiteca goza de cierta fama por sus mujeres: robustas, orgullosas, imponentes, comerciantes, mujeres con autoridad. Esto obviamente conlleva un elemento fisionómico, en el sentido de que la herencia indígena dicta la apariencia física de la mujer juchiteca, esencia de la cual el muxe se nutre para su propia apariencia. Antes del bombardeo moderno de los medios, las muxes imitarían las tradiciones de sus madres y familiares, sus vestidos, atavíos y decoraciones, así como una imagen, un canon propio de la zona. Con la llegada de los cánones globalizados, sobre todo el canon estadounidense de la industria del entretenimiento, las muxes comienzan a virar su atención y sus aspiraciones hacia estos nuevos estereotipos: las muxes ya no quieren tanto parecerse a sus madres como sí a las “estrellas” del entretenimiento. Esto conlleva nuevas preocupaciones por el grosor de sus cuerpos, la voluptuosidad de las operaciones estéticas, el tono de piel, y todas las exigencias de “belleza” que imponen estos moldes occidentales. Borruso nos relata como anteriormente las muxes no se preocuparian tanto por el tema de las operaciones estéticas, siendo que en su propia comunidad estas exigencias tampoco eran una presión constante, cosa que va cambiando con la introducción de este canon en la mente de los hombres de la región, quienes cada vez más (como en cualquier rincón del mundo donde llegue una televisión o el internet) exigen la semejanza de la mujer, y con ello del muxe, con estos canones occidentales. Es precisamente a esto a lo que me refería del peligro con la industria farmacéutica, pues una preocupación que antes simplemente no existía para estas comunidades hoy comienzan a ser una preocupación por la presión del mundo occidental, con esto me refiero al tema de las intervenciones quirúrgicas (que no son pocas, no están libres de complicaciones y algunas están en fases abiertamente experimentales) y las terapias hormonales, que cabe mencionar, son de por vida, son altamente experimentales (no hay «en sí» fármacos de "transición de género", sino fármacos de castración química, tratamientos para el cáncer de próstata, entre otros, que sirven específicamentre para otras condiciones pero "también" para transicionar), y conllevan altos riesgos para la salud de quien decide tomarlos. Asunto secundario, satelital, colateral, o no, el hecho es que los ingresos del sector farmacéutico de la industria mundial se han multiplicado por más de 300% desde que estas transiciones se ofertan en el mercado.
Llegados a este punto tenemos por un lado, a la maquinaria capitalista que ya ha sabido absorber y aprovechar al “colectivo LGBTTTQIA+” más como una masa informe de necesidades cada vez más superfluas (como todo aquello que toca la sociedad de mercado, pensemos en lo ecofriendly o el indigenismo místico new-age) y convertirla en una plataforma de mercado, y por el otro lado tenemos el tema de las presiones del mundo de la “belleza”, ahora casada con la industria farmacéutica de las hormonas y las operaciones estéticas, que pintan un panorama que promete cumplir con esos sueños “estéticos” si la persona es capaz de pagar los costos de las terapias de “reasignación de género”. Es así que la comunidad muxe se ve atrapada y presionada a lo único que le importa a este mercado: gastar dinero en sueños de otros, para poder ser validados.
Borruso nos relata cómo la muxeidad está lejos de ser homogénea, esto es, existen muchas formas del muxe. Tenemos al muxe que vive una suerte de performance extremo de los estereotipos que bajo un discurso feminista de la escuela de Beauvoir consideraríamos como sexistas, es decir, el hombre macho, agresivo y siempre en busca de sexo y la mujer delicada, cuidadora y sensible, un día le puedes ver “vestida” siendo cariñosa y pasiva, suavizando su voz, mientras que en reuniones con sus amistades se comporta como cualquier hombre macho y sin recato de usar su voz más masculina, y en este sentido, dentro del alfabeto moderno de “la diversidad” encajaría más en el rol de un hombre travesti; tenemos al muxe que literalmente se siente una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, si su explicación de esto es espiritual o de otra índole no importa, el caso es que auto-diagnostica una condición interna contrapuesta a una realidad “externa” que siente que no le corresponde, y en este sentido encajaría dentro del rol de una persona con alguna condición afectiva que le provoca una disforia de género, como una persona transgénero o una transexual; hay muxes que llegada cierta edad prácticamente dejan de travestirse, y optan por una versión más sobria de mostrar un lado femenino, más cercano a lo que en el mismo relato de Borruso llaman “una pintada”, es decir, un homosexual que no se traviste pero sí se maquilla; están los muxes que añoran una vida a lado de un hombre heterosexual, que les pueda dar una vida estereotipada de ama de casa; hay también una muy reducida población dentro de los muxe que o bien tienen una familia heterosexual, incluso con hijas e hijos, y que aparte siguen siendo muxes y tienen a sus queridos, o bien a muxes que optan por performar un rol más masculino y un rol más femenino, siguiendo un modelo de pareja hetero, pero entre dos muxes. Borruso nos cuenta sobre estas discrepancias que hacen del universo muxe uno mucho más complejo del que a veces algunos relatos irresponsables quieren vendernos, como un colectivo con las mismas preocupaciones, las mismas necesidades, las mismas aspiraciones, que casualmente casi siempre se alinean con visiones completamente urbanas y afines al liberalismo político, globalizador y capitalista, a la usanza de los liberal-democrats estadounidenses, ya saben, “los derechos del individuo para poder comprar todo lo necesario para lograr, a través del consumo, alcanzar a ser su verdadero y mejor self”, más un fetiche por la acumulación irreflexiva de “derechos”, que una verdadera exploración al núcleo de las comunidades y sus necesidades orgánicas comunes. Aunado a esta complejidad se suman las interrelaciones contradictorias en las que viven los muxes día con día, siendo aceptados, pero a la vez no, siendo celebrados, pero a la vez marginados.
Cabe preguntarse, si no fuera por las exigencias de los cánones de belleza occidentales que se implantan en los hombres de la región ¿las muxes seguirían felices con el travestismo tradicional, a semejanza de sus usos y costumbres locales? ¿es correcto, o necesario, ponerle algún tipo de freno a la industria de la moda, belleza, de las operaciones estéticas, para que estas no incidan en las preocupaciones de los muxes más jóvenes que aspiran a insertarse en un mundo cada vez más urbanizado? ¿es la postura del liberalismo político, que defiende la “identidad” individual a costa de todo, de las tradiciones locales, la fisionomía de la región, las aspiraciones globalizadas, algo verdaderamente positivo? Es decir, ¿es verdaderamente necesario que tanto jovencitas de todo el país, como muxes de la región juchiteca, tengan que preocuparse por gastar de su propio bolsillo, o bien exigir al gobierno parte de los impuestos para garantizarles “verse bien” por medio de operaciones estéticas? ¿qué es “verse bien” y hasta dónde el ímpetu liberal de “todo sea por el individuo y su autopercepción” es algo que vale la pena? ¿Debe la plataforma de mercado diseñada para el sector elegebeteteteicuetcétera (ojo, que este sector de mercado es muy diferente a la legítima agenda que cada instancia de la diversidad sexual lleva por acabar por sus propias condiciones de discriminación) absorber a la muxeidad, o pueden estas caminar de cerca sin confundirse ni canibalizarse por completo?
Tengan seguro que la instrumentalización de la gente muxe para fines políticos y comerciales está a la vuelta de la esquina, siendo no solo realmente una comunidad con características muy peculiares que empatan casualmente con la agenda del mercado global que todo lo que toca lo convierte en explotación, sino tambien un bastión estratégico, un potencial mercado que podría convertirse en una estrella más de la bandera del mercado global de “la belleza y la moda”.
A continuación parafraseo una serie de puntos en común que aparecen en básicamente todas las entrevistas a gente muxe que he revisado. Cabe destacar que la selección de estas entrevistas no lleva curaduría de mi parte, sino que representa una muestra completamente aleatoria, y que se refleja bastante bien con las crónicas que M. Borruso nos dejó en su libro “Hombre, Mujer y Muxe en el Istmo de Tehuantepec”:
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La feminidad muxe no se encuentra peleada ni en competencia con las mujeres de su comunidad.
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Un muxe que se feminiza demasiado pierde su esencia muxe, que es mixta.
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Los pronombres, el lenguaje incluyente, las identidades de género, si se refieren a sus personas como ellos o ellas, no son temas que les preocupen a la gente muxe dentro de su comunidad.
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Los muxes se enorgullecen del rol que tradicionalmente cumplen dentro de las costumbres de su comunidad: los cuidados.
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La situación laboral para el muxe, en su tierra, es muy limitada, y fuera de su tierra aún más peligrosa y precaria.
Entrevistas/declaraciones consultadas de muxes
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Damian Gerardo
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Amaranta Gómez Regalado
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Felina Santiago Valdivieso
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Karla Rey
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Francisco Marven
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Felina Santiago
Referencias
- https://www.homosensual.com/lgbt/diversidad/damian-gerardo-artesano-muxe-muxeidad-y-muxe-amor/
- https://www.uv.mx/prensa/general/soy-la-primera-muxe-en-obtener-un-titulo-profesional-amaranta-gomez/
- http://ciencia.unam.mx/leer/925/los-muxes-el-tercer-genero-
- https://escandala.com/diego-loyola-entrevista-a-amaranta-gomez-activista-trans-muxe
- https://www.elpinero.mx/vice-entrevista-lady-tacos-canasta-oaxaca-muxe-famosa/
- http://revistaenmarcha.com.mx/miscelanea/analisis/2055-2016-11-18-20-10-21.html
- https://www.marcha.org.ar/amaranta-gomez-regalado-la-cuestion-indigena-y-trans-en-la-identidad-muxe/
- https://noticias.imer.mx/blog/entrevista-muxe-es-sinonimo-de-trabajo-e-inclusion/
- https://www.youtube.com/watch?v=PxiX4hntxGo
- https://youtu.be/iiek6JxYJLs
- Nellis & Goodner (1983) Diccionario Zapoteco de Juárez. Instituto Lingüístico de Verano.
- Borruso, M (2002) Hombre, Mujer y Muxe en el Istmo de Tehuantepec. México.
- https://arqueologiaoaxaca.blogspot.com/2012/10/la-escandalosa-vida-de-los-antiguos.html
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