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El ser humano: ¿bueno o malo por naturaleza?

ciencia - cultura
Responsable del artículo: Miqi SG

20/10/2021 | Sección: ciencia - cultura

Temas: sociedad, sociedad y política.

Descripción: divulgación científica sobre temas que atañen a la sociedad, reflexiones sobre la sociedad y la interrelación entre sus costumbres y sus leyes.

El ser humano: ¿bueno o malo por naturaleza?

Este dilema tiene que ver con aquello que en la tradición de pensamiento occidental se ha revisado una y otra vez: el estado de naturaleza del ser humano. Inevitablemente aparece la pregunta de si el ser humano está naturalmente orientado a la destrucción y la maldad o hacia la bondad y la solidaridad.

Yo creo que toda persona se ha topado con esta duda en algún momento de su vida. Cuando nos preguntamos si podemos confiar en alguien para prestarle dinero o confiarle un secreto; cuando nos acaban de estafar o robar y nos preguntamos si así es como toda la gente se comporta; incluso cuando tenemos que tomar una decisión personal y de pronto, aunque sea por un segundo, se nos ocurre hacer el mal, en lugar de hacer lo correcto, y nos preguntamos cuanta tanta “maldad” alojamos en nuestra propia persona y si todo mundo es igual.

Este dilema tiene que ver con aquello que en la tradición de pensamiento occidental se ha revisado una y otra vez: el estado de naturaleza del ser humano. Inevitablemente aparece la pregunta de si el ser humano está naturalmente orientado a la destrucción y la maldad, o hacia la bondad y la solidaridad. En este artículo vamos a pasearnos por la Historia y algunos de los momentos en los que esta reflexión ha surgido, y cómo las respuestas han ido evolucionando.

Comencemos con una revisión muy rápida de Egipto y el Levante. El historiador Jacques Pirenne nos comparte lo siguiente al respecto de estas regiones:

Del mismo modo que sucede en Egipto, la centralización política en Sumer resulta también paralela al sincretismo religioso.

Al principio, los dioses locales hallábanse desconectados entre sí; pero bajo la influencia de las coyunturas políticas […] entablaron parentesco.

[…] Tales maridajes […] terminaron por formar una cosmogonía.

Así, pues, mientras que Egipto concebía el mundo como realización de la conciencia divina, haciendo de las ideas puras las primeras realidades, Sumer lo consideraba como producto de una evolución inherente a la materia (ya una idea precientífica de la evolución, cabe mencionar) […] dos sistemas sobre los cuales ya no habría de cesar de dividirse el pensamiento humano: el idealismo y el materialismo.

El idealismo egipcio asignaba, como fin supremo de la existencia, la búsqueda de Dios y el retorno del alma a la divinidad de donde había emanado, lo cual le condujo a hacer de la moral, considerada como revelación divina, el principio regulador de la vida, tanto social como individual. El materialismo sumerio concibe la muerte como acabamiento de la conciencia humana, como reintegración al caos material; colocando el objetivo de la existencia terrena en las satisfacciones sensibles, se mantuvo fuera de las preocupaciones ética y enteramente orientado hacia fines prácticos y hacia beneficios materiales.

Pirenne nos comparte esta reflexión que desarrolla a partir del estudio de estas culturas antiguas, observando que mientras en Egipto el concepto de «ma’at» se desarrollaba como parte de la moral cotidiana, orientando a la población a valores que consideraban esenciales y creados por sus deidades en el origen de la creación, valores como la justicia, la verdad, el equilibrio, en Mesopotamia se creaba el código de Hammurabi en donde más que una herencia divina de valores, se trataba de un manual de retribuciones jurídicas con el fin de detener las llamadas venganzas de sangre. En mesopotamia existían también ciertas “virtudes” creadas a priori por los dioses, repartidas principalmente por Enki, pero estas no eran exclusivamente positivas como el Ma’at egipcio, de hecho se incluyen algunas bastante antisociales.

Aquí podemos ver que la inquietud por las características “esenciales” o a priori de la humanidad es una cuestión bastante antigua. Ahora revisemos rápidamente a las civilizaciones del Egeo, así como el judaísmo y el cristianismo. El judaísmo, al ser una civilización que surge de las entrañas del Levante y de Egipto, heredó mucho del cuerpo mítico de dichas civilizaciones que le antecedieron. Nos encontramos ante un pueblo de comerciantes, mayormente nómada, y sobre todo, guerrero. Sus pautas básicas las contienen los llamados “Diez mandamientos”, y la naturaleza original del ser humano la podríamos intentar deducir de su mito del origen, el famoso Libro del Génesis. Creo que sabemos lo que le pasó a Jehová con este plan de crear una bestia inocente que fuera tan fácilmente convencido por una serpiente para llevarles a desobedecerlo, es así que, al desalojarles a Eva y Adán del paraíso terrenal por comer de uno de los dos árboles prohibidos, Jehová dice: “He aquí el hombre es como uno de Nosotros, sabiendo el bien y el mal.” A partir de esta historia nos encontraremos con un ser humano que, por naturaleza, está hecho a semejanza de Jehová, y que, dotado de libre albedrío, debe probar su valor ante su creador al seguir los diez mandamientos y llevar a cabo el plan divino por voluntad propia. Obviamente, la exégesis de este libro puede dar para —literalmente— siglos de debates, como de hecho ocurre hasta la fecha, no obstante, para fines prácticos podríamos resumirlo en que, para el pueblo judío, el ser humano es capaz tanto del bien como del mal, y es una labor comunitaria y pedagógica el guiar a su grupo a establecer y honrar el pacto de obediencia y temor a su creador.

Los pueblos del Egeo fueron partícipes de uno de los fenómenos más interesantes en la historia occidental: la filosofía griega. Sócrates y Platón retarán el relativismo de los sofistas así como el dogmatismo de algunas autoridades, con la novedosa idea del pensamiento crítico, sostendrán que el ser humano tiene acceso a la verdad a través del ejercicio de purificar todo aquel pensamiento que nuble su capacidad de acceder a un mundo perfecto que sostiene las bases del mundo material; es en este “otro mundo” ideal en donde se alojan una suerte de formas primarias de valores como la justicia y la sabiduría, y todo ser humano es capaz de acceder —con su debido esfuerzo— a este plano de la realidad, y de esta manera alcanzar la bondad de carácter, tanto individual como social. En resumen, la bondad es algo inherente al ser humano, y a la sociedad, pero es el mundo material el que nos puede distraer y llevar a hacer el mal. El pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles marcarán las tendencias que alcanzarán hasta la época helenística y sobrevivirán hasta la llegada de la Edad Media, en donde el pensamiento cristiano escolástico (en parte aristotélico y neoplatónico) acapararía varios siglos la reflexión de la naturaleza del bien y del mal.

El cristianismo, como una secta derivada del judaísmo, retomaría varios puntos importantes de esta, como la idea del libre albedrío. Cabe mencionar que el cristianismo debe, como mínimo, dividirse para su análisis en dos, el cristianismo primitivo y el cristianismo romano. El primero tendría una visión pacifista, dejando atrás el pasado belicoso de Jehová, o Dios Padre, para abrazar la redención del pecado a través de la gracia divina, es decir, a través del perdón por medio de las buenas acciones y el arrepentimiento profundo, en donde los actos de violencia hacia el prójimo no tendrían la más mínima tolerancia, siendo esta la enseñanza principal de Jesús el Cristo. Para el cristianismo primitivo (ese que guarda muchas similitudes con el gnosticismo y el mitraísmo, y que simplemente se extinguió tras Constantino I de Roma), el ser humano guarda en su alma una bondad esencial que tarde o temprano debe manifestarse, por más mal que en su vida haya alguien cometido, la gracia siempre está lista para ser otorgada a cualquiera que “de corazón” se arrepienta incluso instantes antes de su muerte. Un camino sutil pero abismalmente diferente vemos en el caso del cristianismo romano (el que derivará en el catolicismo, la iglesia ortodoxa, el protestantismo, anglicanismo, mormones y demás ramificaciones modernas), el cual suele creer más en el libro del Apocalipsis que en las enseñanzas del mismo Jesús, es decir, la llegada de un Juicio Final en donde los enemigos en turno (dependiendo de qué Rey o Imperio se encontrara vigente en ese momento: germanos, musulmanes, franceses, nativos americanos, etc.) serán enviados al infierno mientras que el pueblo elegido (de nuevo, bastante relativo a qué imperio estuviera de moda en el momento: Roma, Inglaterra, España, etc.) alcanzaría el reino prometido por su creador.

Todo este bagaje cultural sería eventualmente recuperado por aquellas épocas conocidas como Renacimiento e Ilustración, de donde conocemos las reflexiones de personajes como Maquiavelo, Hobbes, Locke y Rousseau. Estos últimos tres pensadores se enfocarán mucho más en intentar definir la naturaleza humana en sí, para derivar de esta sus conclusiones éticas. Maquiavelo, un pensador más bien enfocado en lo pragmático, en su obra El Príncipe parte de la idea, igual que Hobbes en su Leviatán, de que el ser humano es esencialmente perverso, por lo que no debe dársele la oportunidad de caer a sus instintos más básicos. La diferencia entre Maquiavelo y Hobbes reside en la idea de un contrato social, el cual permite sacar lo mejor de la naturaleza vil del ser humano. En la misma línea de pensamiento del contractualismo, Locke y Rousseau se posicionan en diferentes grados hacia el otro extremo de la balanza, en donde el ser humano en “estado salvaje” sería más bien pacífico. Locke considera indispensable la creación de un contrato social a partir del momento en que las “leyes naturales”, bondadosas por sí mismas, ya no son suficientes para garantizar la paz. Por su parte, Rousseau, impulsado por la idealización de los habitantes “salvajes” que la era de las colonizaciones europeas encontraron en diferentes partes del planeta, aseguraría que el ser humano es más bien esencialmente bondadoso (una concepción del ser humano en “estado salvaje” o “incivilizado” muy de moda en esos tiempos de colonizaciones, conocido generalmente como la idea del “buen salvaje”), y que era más bien la relación con otros individuos —la sociedad— lo que le confundiría y a veces le orillaría al conflicto y a la maldad. A diferencia de la concepción Clásica de la filosofía occidental en donde la sociabilidad era una naturaleza inseparable del fenómeno de sus miembros —concepción que permeaba desde los puntos de vista platónicos/aristotélicos del ser humano— en esta etapa podemos notar un fuerte giro hacia el individuo como átomo de la sociedad, del cual partirían el bien y el mal, que tarde o temprano se reflejarían en la sociedad en tanto que agrupación de individualidades. La sociedad pasó a ser una simple acumulación de individualidades.

Con la llegada de la modernidad, muchas otras ciencias florecieron a partir de la filosofía, como la biología, antropología, sociología, psicología, politología, etnología, y de ellas nacieron nuevos modos de explorar la “esencia” del ser humano y/o de la sociedad, y con esto dar nueva luz al asunto del innatismo de ciertas tendencias y al problema ético del bien y del mal.

El economista Adam Smith, nos comparte que no importa que tan vil y malvado pueda aparentar ser algún humano en particular, pues siendo este un ser social como cualquier otro ser humano, alberga en su interior siempre un dolor cuando causa dolor a otros, y alegría cuando provoca alegría a otros, insinuándonos de cierta manera —pues no lo deja explícitamente claro— que el ser humano es un ser social que ante todo evalúa las consecuencias sociales de sus actos y esto le lleva a preferir siempre hacer el bien a sus semejantes, simplemente por el hecho de que hacer el bien ─o incluso solamente presenciar el bien─ le hace feliz, y todo mundo busca, ante todo, ser feliz. Es decir, simplificando esto, sería algo así como que el ser humano tiende más que nada a ser bondadoso, sencillamente por el hecho de que se siente mejor hacer el bien y presenciar el bien, que sufrir por presenciar o hacer el mal.

Por otro lado, el también economista y naturalista (entre otras cosas) Piotr Kropotkin, desafiará la visión de muchos neodarwinistas así como de los llamados darwinistas sociales, al asegurar que así como la Naturaleza funciona gracias a la Ley de la Selección Natural, esta no es menos importante que la Ley del Apoyo Mutuo, que Kropotkin asegura que es algo presente en todo ser natural puesto a que la misma Selección Natural ha dado ventaja a todo ser que presentara el rasgo de la solidaridad por encima del provecho propio, y por esta misma razón, casi toda criatura que no se solidarice no solo con su propia especie sino a veces con otras, simplemente ha enfrentado la extinción, por lo que una aparente “bondad” estaría impresa en la conducta de básicamente todo ser vivo que haya pasado la prueba de la Selección Natural hasta ahora, y todas las criaturas del planeta gozaríamos de los beneficios de ser especies que se apoyan mutuamente por mera sobrevivencia. Kropotkin deja muy claro que él no concibe que este apoyo mutuo surja de "sentimientos de amor" o de inspiraciones divinas, sino de simple Selección Natural.

Neodarwinistas como Henry Huxley, que manejaron una interpretación a su manera de la teoría de la evolución de Charles Darwin, insistirían —similar a Hobbes— que todos los individuos de las especies se encuentran en una lucha sin tregua unos con otros; en sus propias palabras diría que los individuos de las especies son como gladiadores luchando todos contra todos con el objetivo de sobrevivir. A pesar de esto, Huxley dejaría claro que no podría calificarse moralmente como algo perverso la conducta del ser humano previa a la socialización, que para él representa un perfeccionamiento de la conducta animal, el cual tiende a la paz y la moralidad; aunque raramente se alcance dicho ideal.

Si deseamos representar el curso de la naturaleza en términos del pensamiento humano […] debemos decir que su principio rector es intelectual y no moral; que es un proceso lógico materializado, acompañado de placeres y dolores, cuya incidencia, en la mayoría de los casos, no tiene la más mínima referencia al discernimiento moral.

T. Henry Huxley – La lucha por la existencia en la sociedad humana (1888)

Con la aparición de la psicología y la etnología entre los siglos XIX y XX la postura comenzaría a virar, de un enfoque ilustrado y liberal con el individuo como su sujeto principal y único de estudio, hacia la sociedad. Este nuevo enfoque dejaría de buscar obsesivamente una esencia innata, universal y estática del individuo humano, para dar paso a un trabajo multidisciplinario entre la biología, la genética y las ciencias sociales, formando nuevas propuestas como el de “natura-nurtura” que parten de un sistema retroalimentado entre las posibles características heredables y la influencia de la sociedad.

Actualmente, la discusión de si el ser humano es “por naturaleza” un ser perverso o un ser bondadoso, ha quedado rebasada, esto en cuanto a esta forma tan sobresimplificada de plantear la duda. El consenso moderno, adoptado multidisciplinariamente, con respecto a este tema es que el ser humano, como muchos otros en el planeta, tienden a mantener un balance con su ecosistema, incluyendo a su propia especie, pues se trata de una especie imposible de reducir al individuo, es decir, que el individuo no puede ser considerado como la parte originaria que al juntarse provocan sociedades, sino al contrario, el individuo es un fenómeno de la sociedad humana, y muchas de nuestras conductas individuales son marcadas por los circuitos —por llamarlos de algún modo— sociales del sistema nervioso humano, en tanto que resultados de una especie social, y estas conductas individuales llegan a tener cierta retroalimentación sobre los grupos, pero nunca tan fuertes como cuando la sociedad llega a tomar el control de las denominadas «masas». Algo de lo que Piotr Kropotkin y Gustave LeBon tendrían mucho que decir, aunque en direcciones diametralmente opuestas. Por su parte, LeBon describiría a la masa como un fenómeno un tanto peyorativo, atribuyéndole adjetivos como “manipulable”, “tonta”, "irracional", "reactiva", mencionando que, cuando los individuos se sumergen demasiado profundo en una dinámica grupal, suelen dejar de pensar como individuos autoconscientes, y comienzan a pensar como una masa bastante irracional; Kropotkin por otro lado, llamaría a este fenómeno “El Genio Social”, que hasta cierto grado muy simétrica a como la describe LeBon, diría que tiene una forma de pensar colectiva un tanto más lenta y torpe, pero brillante y curiosa, como un bebé, y que finalmente, es este Genio al que le debemos todos los grandes progresos humanos, pues no hay forma de que los individuos en aislamiento podrían haber llegado a revolucionar las culturas a tal grado como lo hacen cuando se comportan en masa, y es por esto que como sociedad tenemos la responsabilidad de ir mejorando las estrategias para guiar a este gran Genio Social, para que así este no cometa atrocidades (pensemos en los grandes genocidios que, durante momentos de efervecencia social llevaron a las masas, totalmente convencidas, a apoyar atrocidades, para luego darse cuenta del error fatal que habrían cometido, casi como si hubieran estado bajo un embrujo grupal) como LeBon diría: manipulados como un Gran y cruel Idiota.

Referencias

  • Roux, G (1987) Mesopotamia, historia política, económica y cultural. España: Akal, p. 105
  • Pirenne, J (1979) Historia Universal, Tomo I. Grolier
  • Biblia Reina Valera
  • Platón (2008) Diálogos, Tomo I. Gredos.
  • Rousseau,J.(1999) El Contrato Social. elaleph.com
  • Maquiavelo,N. (1999)El Príncipe. elaleph.com, p.89.
  • Kropotkin,P. (na) El Apoyo Mutuo. edición digital.
  • Huxley,T.(1888)La lucha por la existencia en la sociedad humana. edición digital
  • Hobbes (na) Leviatan. edición digital
  • Darwin,C. (1979) El Origen de las Especies.México:CNCT
  • LeBon, G. (2004) Psicología de las Masas. edición electrónica
Palabras clave del artículo: el ser humano es bueno o malo, naturaleza, moral, universales, valores, valores universales, maldad, bondad, bondad o maldad, evolución, sociología, sociedad, individualismo, egoísmo

Responsable de este artículo:

Miqi SG

Editor de la RSJ, nací para estudiar. Alquimista charlatán.

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